Por Aleida Godínez
Soy extraña para las felicitaciones pero este 13 de agosto no es un día cualquiera para mí. Pasé muchos años tratando de tenerlo cerca, de saludarlo, de hacerle saber cuánto lo he querido, pero fue imposible. El 28 de enero de 1992 decidí que era el día en que al menos le saludaría levantando mi mano. Partí para el Paseo del Prado a esperar la Marcha de las Antorchas y conseguir mi sueño. Al punto de tenerlo como a 15 metros empecé a gritar su nombre, era tanta la fuerza que le imprimía a mis gritos, que a él no le quedó otra alternativa que alzar su enorme brazo y devolverme el saludo. Confieso que me quede impávida. Un frio recorrió todo mi cuerpo en solo segundos. !Era lo único en mi vida que no podía hacer en aquel momento! Para serle leal, para defender su propia vida, vivía en la sombra y no podía permitirme aquel rayo de luz. Regresé a casa cabizbaja y “arrepentida” por la indisciplina cometida, pero bien adentro feliz, feliz por verle de cerca.
Años pasaron, pero nunca olvidé la idea de abrazarlo. En julio de 2003 recorría junto a mis compañeros la isla llevando el libro Los Disidentes de provincia en provincia. Al llegar a Santiago nos esperaba una inmensa sorpresa. Él nos invitaba a cenar en el restaurant El Pavo Real aquel 26 de julio.
Desde que el ómnibus salió de La Habana, tomé la iniciativa de comprar un ejemplar y obsequiárselo, y que cada uno de mis compañeros le hiciera una dedicatoria especial. Pasé todo el recorrido atenta a la tarea, hasta que un compañero que viajaba junto a nosotros me dijo: Aleida…, por qué no le damos la oportunidad a Baguer de obsequiarle el libro, él está viejito, quizás sea lo último que haga? Miré a Raúl compasivamente y le dije, ¡está bien!
Y llegó la hora soñada, allí estaba frente a mí el gigante, con su rostro enrojecido, contrastando con el verde olivo brillante de su impecable uniforme, como un ángel aparecido que tocó mi corazón. Baguer que no estaba tan interesado como yo, le dio el libro sin hacer ni un comentario, él lo tomo y abrazó a cada uno de los compañeros que como yo fueron invitados a la cena. Alicia, que estaba a mi lado salió disparada en su busca, pero la tomé por el brazo y le dije: ¡Donde está él no se corre, espera! Aquel ángel tomó la seña y volvió su rostro con una sonrisa franca, inolvidable y de repente, se nos acercó y nos besó y abrazó. En esa posición se mantuvo casi una hora, después de pedirme que le explicara de cada uno de mis acompañantes.
Era Fidel, Fidel Castro Ruz, el legendario Comandante invicto, el mismo al que le grité aquel enero. Y yo estaba debajo de su brazo disfrutando la conversación por la que esperé 43 años. Allí estaba Fidel, el del Moncada, del Granma, de la Sierra, el antiimperialista, el que nos enseñó a cuidar nuestras conquistas, el ejemplo, el que me inspiró desde niña a amar y defender la Revolución.
Por todas esas cosas, FELICIDADES FIDEL, Felicidades por tu existencia, por lo que has dado a tu pueblo, gracias por confiar en mí, por haberme dado la oportunidad de cuidarte, por la oportunidad de defender este proyecto que has liderado invicto más de medio siglo. Salud Fidel, Salud Comandante. ¡Que tengas mucha vida y salud!
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