Por Aleida Godínez Soler
Siempre lo hacen, es vieja práctica: recuerdo que el 18 de julio de 1995 me recogió, al filo de las doce del día, en el lobby del Hotel Lincoln -en un lujoso microbús perteneciente al servicio diplomático de la Sección de Intereses de Norteamérica en La Habana- Robin Diane Meyer, Segunda Secretaria de la Oficina de Asuntos Políticos y Económicos. Iba de casa en casa asegurando cómodo transporte a los “disidentes” preferidos, para reunirlos en su residencia de Miramar y rendir cuentas del trabajo “opositor” a la funcionaria norteamericana de mayor rango que visitó la isla desde 1961 -año en que se rompieron las relaciones diplomáticas con Estados Unidos-, la Sra. Ann W. Paterson, Sub Secretaria del Departamento de Estado, quien viajó a la isla presidiendo la Delegación de su país a la ronda de conversaciones migratorias.
Participé como parte de un selecto grupo que rindió cuentas al Gobierno de Estados Unidos a través de su empleada. Uno anterior, dirigido por el ya conocido Camaján, el Agente Juana de la Seguridad del Estado, Elizardo Sánchez, había rendido honores en horas de la mañana.
Fue una de las primeras y más importantes reuniones con funcionarios en tránsito por Cuba, cuando la incipiente “disidencia” se debilitó, después de que un buen número de sus integrantes abandonaran el país al abordar sus respectivas embarcaciones durante la crisis migratoria de 1994 rumbo a la Florida, época en que todavía recibía migajas económicas que no le permitían “hacer mejor trabajo”. No hubo frases elocuentes ni rebuscadas. Era Presidente de su gobierno William Clinton, el que a pesar de no demostrar agresividad contra Cuba, tuvo el coraje de firmar la ley más cruel contra el pueblo cubano, la Ley Helms Burton.
Su presencia en Cuba tenía un objetivo marcado: contentar a los mercenarios en la isla en la garantía que serían bien remunerados por sus servicio y asegurarle a futuros funcionarios -incluidos los de la Agencia Central de Inteligencia- un feliz recorrido por toda Cuba, bajo la cobertura de entrevistarse con los que, luego de salir ilegalmente del país, fueran devueltos a Cuba en virtud del cumplimiento de los Acuerdos Migratorios recién firmados. Indagó, preguntó y, sin darle muchas vueltas al asunto, nos confirmó en su reunión que vendría mucho dinero para derrocar a Castro. Comprobó in situ la importancia de la aplicación de la política trazada desde el 16 de marzo de 1960, cuando fue puesto en marcha el Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro por el entonces Presidente Eisenhower: “¡Si hay dinero, hay contrarrevolución!”. Y para eso había que fabricarla.
Meses más tarde, en octubre de 1995, el Presidente Clinton, de visita en la sede de Freedom House en Washington, anunció la entrega de medio millón de dólares a Frank Calzón, uno de sus agentes más entusiastas y consuetudinario estafador de los contribuyentes norteamericanos, para pagar la subversión dentro de Cuba. Así empezó el festín de los gusanos. Crecieron numéricamente las filas de los “patriotas”, que como ratas salieron de sus cuevas en busca de los codiciados dólares y al fin, el premio de una visa de “refugiado político”.
Mucho cambiaron las cosas después de aquella visita. La SINA aumentó su atención a los “disidentes”. Recibieron más apoyo, más “solidaridad” y por supuesto más órdenes. Al país llegaban uno tras otro los emisarios del imperio cuyo equipaje sólo contenía abastecimientos para los grupúsculos sindicales y de prensa.
De aquella época datan los pases permanentes para entrar a las oficinas diplomáticas, a cualquier hora y día, en poder de los mercenarios más útiles, inteligentes y disciplinados, los que obedecían sin chistar sus órdenes. No pasaba por Cuba funcionario de cualquier tipo que no se entrevistara con aquella crápula que ellos emplantillaron en sus nóminas como “opositores a Castro”; hasta inocentes estudiantes universitarios de visita en Cuba, cumpliendo acuerdos entre universidades, eran obligados a reunirse con sus elegidos para hacerles escuchar sórdidas y aburridas historias, carentes de sustento ideológico, tejidas tras bambalinas, movidas por los hilos de la CIA y del Departamento de Estado.
La visita de la Paterson a Cuba sirvió para engañar a la opinión pública magnificando una “oposición” fuerte, numérica y organizada, dedicada en gran medida a las labores “sindicales” y “periodísticas”, aún cuando ninguno trabajaba y carecían de conocimientos generales y culturales para ejercer tan digna profesión. Desde esa época se les impuso el apellido “independientes”, que es lo mismo que decir “hijos del imperio”.
Su estancia en Cuba y la promesa bien cumplida de entregar dinero fue punto de partida para engendros como aquel llamado Concilio Cubano, cuyo dinero fue a parar a las manos del más hábil de todos los ladronzuelos, el mismo Elizardo Sánchez, cuyos principales “líderes” terminaron en una larga fila en la Sección de Refugiados obteniendo finalmente, como gratificación, sus visas para emigrar a Miami.
Siete años después, un nuevo encuentro. Días antes citaron a los más confiables e importantes cabecillas para comunicarles que Daniel-Ward Fisk sería el funcionario que viajaría a Cuba presidiendo las conversaciones, a pesar de que, a última hora, fue nombrado Kevin Witaker, Jefe del Buró Cuba del Departamento de Estado. Esta vez fue Susan Archer, desde su cargo de Segunda al mando de la Oficina Político
Económica, la encargada de garantizar la asistencia de un grupo de trece contrarrevolucionarios que acudieron al encuentro con el alto funcionario. Una semana antes, se comunicó conmigo para verme personalmente. El asunto se tornaba interesante. Witaker estaba interesado en conocer detalles de la organización contrarrevolucionaria de corte sindical que dirigía en esa fecha. Me pidió que le entregara a Witaker, en la reunión, un dossier de los documentos rectores de la organización, con un informe detallado de las agrupaciones que abarcaba, pues esperaban de un “Instituto de Investigaciones Socio Económicas y Laborales” -cuyo único miembro era esta periodista- un enjundioso estudio sobre “el trabajo infantil en
Cuba”, modalidad de trabajo alternativa al hambre y la miseria desaparecida definitivamente de Cuba desde el triunfo revolucionario.
Para aquella singular reunión había sido alertada por Archer sobre la trascendental importancia de su gobierno en los asuntos laborales en Cuba, por lo que el tema sería singularmente debatido por el alto funcionario, quien deseaba un intercambio especial, ya que por esa razón, yo viajaría a la 89 Conferencia de la OIT, que tendría lugar en Abril, luego de participar en Durban en un Congreso sobre Democracia y tendría la posibilidad de hablarle al pleno sobre las violaciones laborales en Cuba, frente al funcionario que participaría representando a mi país como miembro pleno.
En aquel encuentro del 19 de diciembre de 2002, en la residencia de Gonzalo Gallegos, Primer Secretario de Prensa y Cultura, recibí, entre otras órdenes expresas de James Cason y Kevin Witaker, la de extender la actividad sindical y de prensa por todo el país.
Luego de recibir las felicitaciones por el trabajo que veníamos realizando dentro de la“oposición”, destacando que este tipo de contactos eran muy beneficiosos y se repetirían en el futuro, tuvo la gentileza de invitarme, junto a otros siete contrarrevolucionarios, a la Conferencia de Prensa oficial que ofreció en la sede de la SINA a las cuatro de la tarde, que duró alrededor de 40 minutos. Al indagar uno de los corresponsales de la prensa extranjera acreditados en Cuba por las negativas de otorgamiento de visas a Olga Salanueva y Adriana Pérez, esposas de René González y Gerardo Hernández respectivamente -para viajar a visitar a sus esposos presos injustamente en cárceles norteamericanas por defender a Cuba del terrorismo- éste respondió que su gobierno les negaba la entrada por estar relacionadas con los acusados procesados y sancionados por espionaje y por tanto consideradas como terroristas.
El 13 de enero de 2011 repitieron la hazaña. Esta vez los empleados del gobierno yanqui se encontraron con Roberta Jacobson, Sub Secretaria Asistente Principal para Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado; la Subsecretaria Asistente para Centroamérica, el Caribe y Cuba, Julissa Reynoso; el Jefe de la Oficina de Asuntos Cubanos, Peter Brennan y el Jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, Jonathan Farrar, en un acto de irrespetuosa injerencia en los asuntos del pueblo cubano, al reunirse en sus predios con un grupo de mercenarios cuyas actividades son financiadas desde hace mas de 15 años, a la vez que son dirigidas desde el centro de poder. Hablaron de lo mismo, alentaron a los viejos y más recalcitrantes mercenarios, los que convencidos que sólo serán pagados mientras estén en Cuba, seguirán haciendo uso de sus abultados salarios para sus mas caprichosos gustos y sus placeres personales, mientras sus jefes -de gobierno en gobierno, de año en año- gastan cifras millonarias y promueven desesperadamente la subversión interna, utilizando en sus groseras provocaciones delincuentes de la peor ralea para poner fin a la imperdonable Revolución Cubana.
Como en las anteriores, impartieron órdenes a sus empleados y los estimularon, revisaron minuciosamente sus planes, midieron su alcance, sin perder sus esperanzas anexionistas, su viejo interés de doblegar a un pueblo que pese a las presiones económicas, campañas terroristas y mediáticas, se empeña cada día más en salvaguardar la defensa de la Patria, actualiza nuestro socialismo y hace suyo el postulado de nuestro apóstol José Martí: “Con todos y para el bien de todos”.
Últimos comentarios